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Qué linda es mi Riberalta – Winston Estremadoiro – 5.2.2010

Viernes, 5 de Febrero de 2010

En tiempos en que los ignorantes (o fundamentalistas) defenestran héroes nacionales con ligereza de mercaderes de Alasitas, cabe citar a John F. Kennedy: “A una nación se la conoce por los hombres que produce, pero también por los hombres a quienes honra”. Es preámbulo necesario para recordar que mi natal Riberalta, hoy una ciudad más grande que esa penosa Trinidad sitiada por las aguas, celebró la fiesta del pueblo el 3 de febrero pasado, que por si acaso es el natalicio del gran Sucre, Mariscal de Ayacucho y verdadero padre de la Bolivia republicana.

Al recordar a mi pueblo, evoco a Matilde Cazasola tarareando su inolvidable canción de amor a Bolivia: “Yo no logro explicarme, con qué cadenas me atas, con qué hierbas me cautivas, dulce tierra boliviana”. Yo tampoco sé qué embrujo tienen sus anchos ríos, qué magia sus árboles centenarios, pues he pasado lustros en otros lares y hoy me cobijo en el bello valle cochabambino, por más años que los que viví después de nacer en el astillero militar de Riberalta. Casi diez años después de escribir una añoranza de la Orquídea del Manutata, allá en los albores de este agridulce oficio de columnista, comparto leños de su historia, más para mantener viva la llama del recuerdo, y porfiar en que esta patria es amazónica, llanera, chaqueña, chapaca y valluna, amén de altiplánica.

Mi pueblo es nuevo, a diferencia del origen misionero del siglo XVII de sus hermanas benianas. No yace en la sabana ganadera de Moxos, sino en el monte alto amazónico donde están los manchones de goma y castaña. Tiene más nombres que la capital de la república: fue sucesivamente llamada La Peña, Barranca Colorada, La Cruz, Ribera Alta y, luego, Riberalta. Como en el Oruro del siglo pasado, es lugar donde la inmigración demostró su naturaleza selectiva: no migran los viejos, los endebles o los enfermos. La quina, la goma y la castaña atrajeron a cruceños y paceños. En población de tres mil almas, echaron raíces con mozas benianas varones suizos, chinos, japoneses, franceses, árabes, alemanes, balcánicos, judíos, italianos, españoles, argentinos y anglosajones. Yo mismo fui bautizado por un cura irlandés de Chicago de nombre más espirituoso que espiritual: Tom Collins. En los años 50, empezó una diáspora que dispersó a sus hijos por Bolivia y el mundo.

Al presente, se debe reconocer que su mayor recurso es la naturaleza que la rodea, preservada por décadas con el rayado de árboles de siringa y la recolección de cocos de castaña. Con la energía creativa de riberalteños de otros tiempos, debe enfrentarse a los tumbadores de bosques de cedro y ébano. Ayer se permitía que bombardeen riberas de los ríos con bombas inyectoras criminales, para lavar sus areniscas auríferas; hoy se quiere colonizar la selva con una patina de originarios de tierras sin árboles.

Guarda el Beni su hermoso futuro, dice el himno departamental. El porvenir es ahora. No se puede aceptar que en la segunda década del nuevo milenio sus pueblos no sepan de alcantarillado y agua potable, adelantos que iba a tener Guajará Mirim –ninguna urbe brasileña- cuando de niño caí en zanja de tierra roja y mi madre tuvo que repetir a tutumazos y haladas de oreja mi baño vespertino. Era 1949.

El turismo ecológico es la opción del mañana. Desarrollar un nuevo paraíso de playas y buceo en un rescatado Tumichucua. Convertir una Cachuela Esperanza fantasmal en un museo de la siringa con tren y todo. Resucitar la navegación en grandes lanchas de paletas, desde Puerto Maldonado y Rurrenabaque hasta la confluencia del esmeraldino Madre de Dios y el dorado Beni en Riberalta. Promover visitantes a la Reserva Amazónica Manuripi-Heath, el Parque Madidi, la Reserva de Vida Silvestre El Dorado, la Reserva Nacional de Lagos del Beni.

El cambio más importante para Riberalta, la provincia Vaca Diez, el Beni y la patria toda, vendría de aprovechar el potencial hidroeléctrico de la cuenca del río Madera, cuyos principales afluentes son los ríos Beni y Mamoré. Son más de 60.000 MW a generarse entre el angosto del Bala, Cachuela Esperanza y una hidroeléctrica sobre el río Madera todavía binacional. Tales faraónicos proyectos no son para alimentar la escuálida demanda boliviana, sino para venderle energía renovable a Brasil, potencia emergente cuyo crecimiento demanda nuevas fuentes a un ritmo anual de 5.000 MW adicionales, si es que su economía no ha de ser estrangulada. Imaginen lo que ello significa en ingresos para el país, en regalías departamentales y regionales.

El cambio más trascendental para Riberalta, la provincia Vaca Diez, el Beni y la patria toda, vendría de darle la vuelta al país, siguiendo el ejemplo de Puerto Aguirre en la cuenca platense, con el acceso al Atlántico a través de esclusas que deberían acompañar a los proyectos hidroeléctricos. El andinocentrismo que pide peras al olmo esperando que Chile ceda un puerto soberano sobre el Pacífico debe dar paso a la articulación de las dimensiones amazónica y platense del país, en lo que al transporte más barato –por agua- se refiere, haciendo de Bolivia el corazón integrador de un continente cuyo interior por fin dejará de estar “al margen de la historia”, como lo expresara Euclides da Cunha.

Es de grandes reconocer y enmendar los errores. Uno ha sido apelar a un pachamamismo insulso en lo que se refiere a las objeciones medioambientales a las represas hidroeléctricas que Brasil construye en Jirau y Santo Antonio, en vez de uncir nuestro lento carretón a la cuadriga veloz del gran vecino. ¿Acaso no fue Marx quien dijo que si los filósofos han interpretado al mundo, lo importante es cambiarlo? En este gobierno que presume de cambios sería una real transformación llevar Bolivia de fallido país zoológico a patria solvente y articuladora de Sudamérica.

www.winstonestremadoiro.com

winstonest@yahoo.com.mx

http://www.lostiempos.com/diario/opiniones/columnistas/20100205/que-linda-es-mi-riberalta_56655_101226.html

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