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Veneno, amenaza de doble filo – tecnologia@bolivia.com – 30.9.2011

Viernes, 30 de Septiembre de 2011

El cosquilleo atraviesa la mano como pequeñas hormiguitas. Las patas de la araña se flexionan. La víctima se revuelve. Y la sensación de tener un ser extraño encima hace que se despierte. Abre los ojos, se vuelca y… ¡zas!, una punzada de dolor atraviesa todo el cuerpo. La araña cae al suelo de un zarpazo y escapa. Por suerte, no era una viuda negra.

Frecuentemente, en el hogar, en los intersticios de los adobes, en la maleza del jardín o en la espesura infinita de las selvas de Bolivia, acechan animales, insectos o arácnidos que producen mordeduras o picaduras que pueden contener e inocular distintos tipos de veneno. Algunos de ellos son tóxicos para el hombre en general, otros sólo revisten peligro para las personas alérgicas a ese determinado veneno. Y es en esos casos, cuando hay que tener más cuidado, pues un veneno que en apariencia es inofensivo puede llegar a ser mortal. Pero para que la alergia salga a relucir es necesario que la persona haya sido picada por el mismo animal una vez anteriormente, con lo que sabiéndose ya alérgico, uno puede prever la reacción más fácilmente.

 

“Con todo –a excepción de los ataques de las serpientes ponzoñosas–, ni el uno por ciento de las picaduras venenosas o mordeduras venenosas terminan con la vida del afectado”, asegura Juan Fernando Guerra, investigador de la Estación Biológica Tunquini. Lo que sí generan, en todo caso, son molestias; y ataques por cualquier frente, pues los enemigos son varios: sobre todo reptiles, insectos, arácnidos, miriápodos y acuáticos.

 

Cuando el peligro acecha

La noche es el momento preferido por los inoculadores de veneno más mortíferos. “Y en el caso de Bolivia, hablaríamos fundamentalmente de dos animales que se ajustan como anillo al dedo a este perfil. Son dos serpientes: las cascabel y las yoperojobobo”, apunta Gil Patrick Fernández, biólogo francés que dirige la única Unidad de Producción de Sueros Antiofídicos del Instituto Nacional de Laboratorios de Salud. Ambas, si es que no se administra a tiempo el suero adecuado, pueden llegar a ser letales.

 

“El veneno tiene encimas y toxinas que comienzan a destruir desde su mismo ingreso al organismo –explica el francés–. Y 18 miligramos de veneno seco de cascabel son suficientes para matar a un hombre de 60 kilos en unas horas”.

 

Pero esto es relativo, pues la gravedad de la mordedura está en relación con la potencia del veneno, la cantidad del mismo y el peso, patología previa y zona de inoculación de la persona afectada. Lógicamente, cualquier ataque a un niño, a un anciano o a personas enfermas, inmunodeprimidas, es siempre más peligroso. Por contra, las víboras sólo logran inyectar veneno en uno de cada dos intentos.

 

Si esto ocurre, no queda más remedio que acudir a algún centro médico cercano, donde se intentará administrar un antiofídico en función a toda la sintomatología. “Cuando se trata de las yoperojobobo, en el lugar de la mordedura se presenta un edema muy intenso, hemorragia y aparecen algunas ampollas y, con el paso de las horas, comienza la necrosis. Con las cascabel, en cambio, se destruye la fibra muscular, el paciente tiene trastornos de acomodación visual y los párpados caen pesados”. Entre las dos, protagonizan el 96 por ciento de las atenciones en Bolivia.

 

Con una menor presencia, entretanto, les siguen como amenaza directa para el hombre los escorpiones. “Sobre todo porque, como en Sucre, a menudo viven en las casas. También se encuentran en grandes cantidades en Uyuni y la Laguna Colorada –constata Juan Fernando Guerra –. En este caso, las glándulas venenosas se ubican en la cola y su veneno está compuesto por proteínas citotóxicas y neurotóxicas que atacan al sistema nervioso generando vómitos, hipertensión, dificultad, respiratoria y, a veces, coma y muerte”.

 

Además, sólo en países como Brasil o Argentina se cuenta con sueros contra su veneno –que es el mismo que se usa contra el de las arañas–, lo que hace que una picadura sea cuando menos preocupante. Pero tampoco es para alarmarse, pues únicamente 50 especies de escorpión de las 1.500 que se cree existen en el mundo son perjudiciales para el hombre.

 

Finalmente, algunas arañas completan junto a serpientes y escorpiones el trío de mortales asesinos. Particularmente, las viudas negras y las pollito, estas últimas también conocidas como apasancas o tarántulas. “Las primeras se caracterizan porque apenas miden un centímetro y tienen una mancha roja en el abdomen. Éstas, cuando muerden, pueden matar o producir necrosis, al extremo que talvez haga falta realizar injertos”. Las apasancas, por su parte, son más grandes, pero menos mortíferas. “Aunque hay que tener cuidado con las hembras, pues sus pelos urticantes se cuelan muy fácilmente por los poros de la piel y producen irritaciones molestosas”. Lamentablemente tampoco hay ningún suero efectivo que se venda en Bolivia.

 

Pequeños pero matones

Otros bichos, mientras tanto, molestan pero no suelen matar. Son, por lo general, algunos tipos de insectos, los miriápodos, una mínima parte de los anfibios y algunos animales que viven en agua dulce.

 

De todos, las hormigas con casi siempre las más guerreras. Algunas, como las de Palo Santo y las de Palo Diablo, se usaban antiguamente en ceremonias de castigo en las que se realizaban sacrificios humanos. Hoy, sin embargo, su picadura, a lo sumo, hace ver las estrellas. Aunque, eso sí, su presencia en Bolivia es bastante grande. “Dicen, además, que serían capaces de aguantar hasta una guerra atómica”, asegura Juan Fernando Guerra. Estas dos especies junto a las bunas– también conocidas como tucanderas– y las hormigas tigre son las más incómodas, “pues algunas pican varias veces y su picadura es dolorosa. Pero todo tiene solución y en este caso lo mejor es tomar dos aspirinas para frenar sus efectos.

 

En competencia, abejas, avispas y abejorros son de los animales más molestosos de la naturaleza. Por lo general pacíficos, un simple e inconsciente manotazo puede hacerles enojar anticipando un fulgurante ataque. “Con las que más cuidado hay que tener es con las avispas, particularmente con las que son conocidas como petos. El problema es que suelen armar sus nidos en lugares donde hay intervención humana –en los techos de las casas y en tubos sin uso, entre otros sitios–, por lo que hay más probabilidades de un encontronazo directo con ellas”. Lo bueno es que tanto con las abejas, las avispas como con los abejorros, los efectos de las picaduras no acostumbran a pasar de un edema. “Y en todo caso, ante el ataque de este tipo de bichos, al igual que con las hormigas, la mejor solución es aplicar un buen antihistamínico”. Otras veces, basta con ponerse barro húmedo en la parte más afectada.

 

A pesar de que alivian, sin embargo, la medicina y los remedios tradicionales utilizados durante lustros por las comunidades originarias tampoco garantizan que desaparezcan los fuertes dolores. “Por ejemplo –explica Guerra–, una avispa conocida como la ‘amiga del hombre’ es capaz de matar hasta una tarántula. Imagínense entonces el sufrimiento que puede llegar a causar en un hombre”.

 

Más condescendientes, por lo general, son los miriápodos, entre los que encontramos al milpiés y al célebre ciempiés. Ambos, aunque es un aspecto que por lo general se desconoce, disponen de glándulas venenosas que les ayudan en la cacería de otros animales. De ellos, el más peligroso es el ciempiés, al que en su versión de mayor tamaño se le dice escolopendra. “Éste incluso puede atacar al sistema nervioso y producir necrosis, pero es posible combatir sus efectos con un suero antiarácnido”. También, cuando el contacto es muy directo, puede producir lesiones leves en las mucosas y en los ojos.

 

¿Y quién se imaginaría que las mariposas pueden ser una amenaza? Pues lo son algunas, pero antes de transformarse, todavía en su forma de orugas. Su defensa, en este caso, son unos pequeños pelos quitinosos urticantes que inoculan unas proteínas perjudiciales para el hombre. “Aunque los pelos pueden ser arrancados con unas pinzas”.

 

Ligeramente más nocivos son las chulupacas, insectos fundamentalmente acuáticos que paralizan el lugar en donde pican, generando cierta rigidez temporal en esa zona. Parecida, la denominada víbora cucú –también insecto– produce efecto similar, sólo que como tiene la cabeza con forma de serpiente ha originado toda una serie de leyendas que se han incorporado ya al imaginario popular. “Se cree que es capaz de matar al hombre, pero eso no es cierto. Se alimenta de la savia de los árboles y es extraño su ataque”.

 

Más comunes son, por el contrario, los accidentes con bagres y rayas, animales acuáticos por excelencia. “Los primeros tienen espinas dorsales y laterales que se introducen como púas; y las rayas, animales cartilaginosos, disponen de unas glándulas con toxinas que pueden llegar a necrosar la parte afectada. Para tratarlas, la gente de las comunidades próximas a ríos, baja el hinchazón con agua caliente y aplica emplastos naturales”, apunta Soraya Barrero, responsable de la Sección de Ictiología de la Colección Boliviana de Fauna del Museo Nacional de Historia Natural y el Instituto de Ecología. Y Soraya anima sobre todo a tener cuidado a los pescadores. “A los bagres –explica– se los encuentra en las playas y las zonas arenosas. Por eso, principalmente de noche, conviene tener siempre un palo guía para ahuyentarlos”.

 

La otra cara de las toxinas

Pero mientras en la selva y en su hábitat natural no hay quien domine a estos animales ponzoñosos, cambian las cosas en el laboratorio.

Hoy, gracias a numerosos estudios, se sabe que muchos venenos, en sus justas proporciones, pueden ayudar a tratar enfermedades.

 

Uno de los casos más claros lo tenemos en nuestras hormigas de Palo Santo. Hace unos años, en Santa Cruz de la Sierra, un doctor alemán llamado Gunther Holzmann, patentó una vacuna contra la artritis elaborada con su veneno. El remedio equivale a ser picado varias veces por un grupo de unas 15 hormigas, durante dos semanas.

 

Con todo, el récord en cuanto a propiedades terapéuticas lo tienen las abejas, pues los expertos señalan que sus toxinas son capaces de dar alivio a más de 500 enfermedades, entre las que se encuentran sobre todo las que afectan a los huesos, al sistema respiratorio, al hígado y a los riñones.

 

Y hasta los más duros de roer, las serpientes, han claudicado ante la ciencia. Así, según el Instituto Butantán, en Brasil, los venenos ofídicos son efectivos para ciertos cánceres y enfermedades crónicas. Pero con este tema hay cuidarse, pues el veneno de serpiente es un material biológico cambiante.

 

¿Le asustará ahora una araña después de haber leído esto? Puede que sí, pero al menos tendrá conciencia de una de las paradojas que enriquecen más la ya, de por sí, diversa naturaleza: el veneno cuando no la quita, puede llegar a dar vida.

 

 

 

 

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Fuente: http://www.bolivia.com/noticias/autonoticias/DetalleNoticia27146.asp

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