Lastimosamente esto solo se ven en paises de extrema pobreza.

La noticia dice “niños piden que se les reconozca el derecho al trabajo”. Y qué si un día se les ocurre también reivindicar el derecho a la “libre circulación de las personas”, para justificar poder ir solos a los grandes centros urbanos? Cómo no pensar que resultará fatalmente en que terminen engrosando las filas de los niños de la calle? Un niño es un ente frágil, influenciable por cualquier tipo de malhechor, desarmado para hacer frente a los problemas, a la adversidad, a la explotación descarada. Y lo que reivindica será por lo general función de motivaciones inmediatas; es la madurez que -de acuerdo a los cientificos-se adquiere pasados los 25 años, la que permite al adulto tomar en cuenta las repercusiones a largo plazo de las acciones tomadas hoy.

Con tantos adultos cesantes en Bolivia, encontrar un trabajo duradero y con salario suficiente para alimentarse, pagar techo, hacerse curar, es angustia de cada día y para muchos es pescar en lago de pocos peces. En este contexto, quién tiene interés en que al gran número de adultos obligados a aceptar cualquier miserable sueldo, se agregue el de los niños, prestos a sudar por un chupete? Un adulto verá quizás los riesgos; un niño quizás también, pero pensará que sea cuestión de suerte, o acaso no son los adultos los responsables, los supuestamente precavidos?… Pero lo más importante, creo, no es la cuestión de la seguridad ni la de un salario mejor, sino el perjuicio que causa el trabajo de la juventud a su educación, lo único que podría sacarla del estancamiento. Es la mejor manera de perpetuar el embrutecimiento, la miseria, la frustración. Pobres perspectivas para un país, ya uno de los más atrasados del continente.

Durante muchos siglos, los hombres vivieron una minoría dominando, una mayoría dominada. Unos y otros consideraban sus respectivas situaciones como normales, llegando a justificarlas con mitos de “sangre azul” o de autoridad “por derecho divino”. Y en épocas no muy lejanas, se comerció sin ningún escrúpulo vendiendo y comprando esclavos. Y los esclavos llegaron a acostumbrarse a su suerte, a encontrar ventajas en su condición, a estimar absurda la idea de pensar en actuar en hombres libres. Por supuesto que la educación les habría abierto los ojos. En los Estados Unidos no fueron ellos los que se rebelaron para conquistar libertad; fueron las clases dominantes, unas con principios nobles de humanidad, otras opresoras convencidas de su justeza las que chocaron. De la misma manera, son nuestros principios los que deben primar para educar primero a la niñez y a la juventud, para que conozca su dignidad, sepa de sus derechos elementales. Toda la sociedad se beneficiará.