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Sushi con sabor a llajua en La Paz – LA RAZON – 16.11.2009

Lunes, 16 de Noviembre de 2009

japonTexto: Jorge Soruco Fotos: Sociedad Japonesa, Pedro Laguna, Ángel Illanes

“Entraron al país por Sorata, en el departamento de La Paz, y las primeras colonias se instalaron en la sede de gobierno y en Riberalta. En 1910, cuando la fiebre de la goma agonizaba, los 93 nipones que vivían en Bolivia recurrieron a otras actividades económicas, principalmente en el comercio y la agricultura.”

“Eramos jóvenes, entusiastas y queríamos una mejor vida. En la década de 1950 no era fácil estar en Japón, por eso nos vinimos a La Paz”. Medio siglo después de su llegada, Motoyoshi Kimura recuerda, sentado en un cómodo sillón en la Sociedad Japonesa de La Paz, los acontecimientos que lo llevaron a él y a Toshikazu Miyamoto a dejar su país para trabajar en la sede de gobierno. Hoy, los prósperos comerciantes son miembros de una comunidad que este año recuerda el 110 aniversario del inicio de la migración nipona a Bolivia.

Se calcula que actualmente viven en la hoyada cerca a dos millares de nikkei, término que engloba a los viajeros de primera generación y a sus descendientes. “Algunos de los primeros migrantes regresaron a Japón, otros se quedaron y estamos los que nacimos acá. Pero, todos nos consideramos bolivianos”, define el actual presidente de la Sociedad Japonesa de La Paz, Santiago Nishizawa. Este abogado nació en la colonia San Javier, del departamento de Santa Cruz, y es parte de la segunda generación de migrantes nipones, cuyos miembros se denominan nisei.

Para uno de sus predecesores, Hugo Komori del Villar, el nikkei paceño tiene un objetivo central: “Ser 55 por ciento japonés, 55 por ciento boliviano y 110 por ciento ciudadano ejemplar”.

¿Nikkei o nisei?

Con risa fácil y un acento inequívocamente ch’ukuta, don Hugo Komori encarna la fusión de identidades de los descendientes nipones de segunda generación. Él es hijo de un migrante asiático y una paceña. “Mi padre, pese a ser japonés, insistió en que asumiéramos, yo y mis hermanos, nuestra identidad boliviana. De hecho, recién aprendí el idioma japonés cuando, de joven, viajé a Tokio para estudiar”, explica.

Al otro lado del espectro se encuentra Santiago Nishizawa. Él también es un nisei, aunque varios años menor que Hugo y, a diferencia de éste, el abogado tiene fisonomía claramente nipona.

Hijo de dos migrantes, Santiago creció rodeado de la cultura asiática en la colonia San Javier. Allí, muchos de sus contemporáneos hablan, aún hoy, exclusivamente japonés. “Viven en una comunidad donde las costumbres de nuestros padres se mantienen sin recibir influencias de la sociedad boliviana”, afirma.

Aunque está muy ligado a su herencia japonesa, Santiago Nishizawa se considera boliviano. “Nací acá, acá vivo y acá tengo mi familia. Extraño la salteña cuando estoy fuera del país”. Con una carcajada, Carmen Hada, encargada de cultura de la Sociedad Japonesa en La Paz, se identifica y confiesa: “Yo extraño la marraqueta cuando viajo al extranjero.”

Las dos migraciones

Los primeros japoneses llegaron a Bolivia 110 años atrás, durante el auge de la goma. La segunda oleada migratoria se dio en la década de 1950, cuando Japón se recuperaba de los estragos de la Segunda Guerra Mundial.

A La Paz llegaron desde Perú los primeros migrantes nipones. Habían viajado al vecino país para trabajar en la creciente y próspera industria del caucho; pero algunos, insatisfechos por las condiciones laborales en la Amazonia peruana, decidieron aventurarse en Bolivia en busca de mejores oportunidades.

Entraron al país por Sorata, en el departamento de La Paz, y las primeras colonias se instalaron en la sede de gobierno y en Riberalta. En 1910, cuando la fiebre de la goma agonizaba, los 93 nipones que vivían en Bolivia recurrieron a otras actividades económicas, principalmente en el comercio y la agricultura.

Con el paso de los años, los japoneses ya instalados allanaron el camino a sus compatriotas. “Mi padre vino a La Paz de esa forma”, cuenta Carmen. “Un tío suyo lo llamó para que viniera a trabajar”.

En 1922, 30 migrantes fundaron la Sociedad Japonesa de La Paz. Para 1930 la institución ya contaba con 200 miembros y hubieran sido más de no ser por la Segunda Guerra Mundial.

En 1941, Bolivia se sumó a los aliados que combaten al eje conformado por Alemania, Italia y Japón. Las autoridades nacionales, con apoyo de la Embajada de Estados Unidos, arrestaron a los japoneses y los deportaron. Pese a sus aportes a la sociedad boliviana, los migrantes fueron alejados de sus familias y perdieron sus negocios y propiedades. “Fue terrible. Después del conflicto los arrestados contaron que los trataron más o menos bien, pero lo perdieron todo”, dice Nishizawa.

Algunos pudieron evadir la prisión y la deportación, Augusto Hada, entre ellos, se refugió en la región de Sapahaqui, donde los campesinos le brindaron su apoyo, según cuenta su hija Carmen. “Mi papá siempre recordó con cariño a quienes le ayudaron a escapar durante esos años difíciles”.

Esa época el padre de don Hugo vivía en Sorata, donde, por suerte, no llegaron los estadounidenses. Sin embargo, la experiencia le obligó a insistir en la “bolivianidad” de sus hijos. “Por seguridad, para nosotros era más importante que seamos ciudadanos bolivianos que migrantes japoneses”, agrega Komori.

Cuando la guerra terminó, sólo siete deportados reanudaron su vida en Bolivia. El resto regresó a Japón, pero su madre patria tampoco ofrecía un buen porvenir. El país asiático estaba devastado por la guerra, la hambruna y la pobreza era cosa de todos los días. Por ello, nuevamente Latinoamérica se convirtió en la tierra de las oportunidades.

A mediados de la década de 1950, durante el primer gobierno de Víctor Paz Estenssoro, Bolivia y Japón firmaron un acuerdo bilateral de migración. El documento autorizaba el ingreso de nipones al país para trabajar en la agricultura o el comercio. En la nación asiática, las autoridades convocaron a jóvenes solteros para realizar el largo viaje.

Motoyoshi Kimura y Toshikazu Miyamoto fueron dos de estos voluntarios. “No sabíamos nada de español, pero, como éramos jóvenes, las posibilidades eran buenas”, recuerda Kimura.

Ambos llegaron al país en 1957. Inmediatamente empezaron a trabajar. En pocos años Miyamoto abrió su propio negocio: la ferretería  Miyamoto, que aún dirige en la calle Sagárnaga. Por su parte, Kimura fue gerente de Toyota y, posteriormente, también inauguró su negocio, la papelería Miyuki, ubicada en la Fernando Guachalla.

Como ellos, centenares de japoneses llegaron a La Paz y aquí formaron familia y futuro.

La cultura viva

El auditorio de la Sociedad Japonesa está a oscuras. De pronto, una explosión de color envuelve el escenario. Son los miembros de la institución que desfilan con espectaculares kimonos.

Ésta es una de las actividades de la Semana de la Cultura Japonesa, donde anualmente los nikkei comparten su herencia en La Paz. “La idea es mostrarnos tal y como somos a nuestros conciudadanos. Asimismo, fomentamos el interés de los paceños en la milenaria tradición del Japón”, explica Carmen Hada.

Es también una estrategia contra los estereotipos. Diego Komori Matsumoto, hijo de don Hugo, lo sabe. “No importa si son japoneses o bolivianos, tienen ideas de cómo debemos actuar”.

Y ese “deber actuar” de los nikkei ha adquirido matices en las cuatro generaciones que son las que hasta ahora se cuentan. “Somos muy japoneses con los bolivianos y muy bolivianos con los japoneses”, resume Santiago.

Sushi con llajua

Akemi Ponce Sakurai (18) siente que en Japón y en Bolivia “todavía somos los extranjeros”. Es la nieta de un migrante de primera generación que se casó con una boliviana y tuvo una hija, que, a su vez, contrajo matrimonio con un chuquisaqueño. Como muchos de su generación, Ponce pasa clases de japonés y, cuando la situación lo requiere, viste un tradicional kimono.

Pero no es suficiente. Ya sea con yukata (ropa ligera para el verano) o una pollera, Akemi siente que se encuentra al medio de dos culturas. “Es difícil porque para los que viven en Japón nosotros somos gaijin (extranjeros). Y tienen razón, muchas de sus costumbres y actitudes nos son extrañas. Pero aquí tampoco es que seamos muy bolivianos o japoneses… ¡somos los chinos!”, reclama la estudiante universitaria.

En el otro extremo, están quienes ven los beneficios de ser hijos de dos naciones. Diego Komori dice que goza del privilegio de tener una perspectiva única. “Vemos a Bolivia con ojos nipones y a Japón con percepción latina. Ganamos lo mejor de las dos culturas”, indica.

Para los veteranos Toshikazu Miyamoto y Motoyoshi Kimura la clave está en lograr un equilibrio. “En nuestras casas se hablaba tanto el español como el japonés. Y cuando nuestros hijos se graduaron los mandamos a estudiar a Japón”, coinciden.

A diferencia de las colonias japonesas en Bolivia, en las ciudades como La Paz son comunes los matrimonios entre japoneses y bolivianos. “No somos una sociedad cerrada como algunos opinan”, asegura Nishizawa. “Nos pasa lo mismo que a cualquier persona”, sentencia Diego. “Nos enamoramos de paceñas, kochalas, gringas o japonesas”.

Diego es el vivo ejemplo de la multitud de opciones románticas de los japoneses en Bolivia. “Yo soy un caso particular, ya que por el lado paterno pertenezco a la tercera generación. Mi abuelo se casó con una paceña y mi padre nació acá. Pero, por parte de mi madre yo soy de la segunda generación. Ella nació en Japón y conoció a mi papá cuando él viajó. Ahora, yo estoy casado con una paceña”, cuenta.

El redescubrimiento

Amantes de la marraqueta, el Illimani y el folklore, los nikkei paceños ven el descubrimiento de la cultura japonesa por parte de sus conciudadanos. Los eventos organizados por la Sociedad Japonesa de La Paz cada vez, son más concurridos, gracias a la llegada masiva de productos culturales nipones. Este interés se manifiesta en el auge de lo culinario, la demanda de la animación y el aprendizaje del idioma.

Conversando en la sede de la Sociedad Japonesa, Motoyoshi Kimura y Toshikazu Miyamoto han compartido recuerdos de los últimos 50 años; desde que salieron de Japón en busca de un futuro que encontraron en una “ciudad bella, entre montañas”. Sentados en la Sociedad, los dos nikkei hablan de política boliviana en japonés, antes de ordenar un sushi en castellano.

Los primeros japoneses llegaron a La Paz en 1899, en el auge de la goma. La segunda oleada migratoria fue en 1950.

Fuente: http://www.la-razon.com/versiones/20091115_006912/nota_277_909569.htm

  1. Liz
    Jueves, 4 de Marzo de 2010 a las 11:23 | #1

    Bueno es interesante saber la la sociedad japonesa pero me preguntaba si hay un restaurant en La Paz, vi en la television de un shushi y ahora me dio hambre quisiera que me pudieran dar la direccion

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